martes, 19 de octubre de 2010

EL AMOR HUYE MÁS RÁPIDO QUE EL COCHE QUE LO MATO

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De un eventual nace la historia de un miedo capaz de romper fronteras en la mente de los incautos corazones aturdidos por el escándalo de la tentación que acecha cual parca en pandemia para descargar su ira en los pobres diablos incapaces de amar so pena de muerte en el mal herido centro de la clandestinidad. De este morbo es protagonista el misógino aprendiz de seductor que cantara años atrás Joaquín. Sin el ánimo de herir a nadie más que así mismas, las miradas se empezaron a cruzar en el campo de batalla en el que sucumbieron desde Romeo hasta Mauricio Babilonia y que hasta la fecha ha visto caer más vidas en la locura que ramas el otoño.
Plagiando y amordazando a ciertos poetas malditos, él se fue acercando hasta el punto en el cual lo impúdico pareciera correcto y después de intercambiar votos de silencio en cartas sublimes enviadas en correos ocultos, rozo por primera vez sus labios, con la serenidad del amanecer que roba a la noche su belleza, o las olas que con su bruma despachan los temores de los aturdidos pescadores del puerto, incapaces de alzarse a la mar, así, de esta manera, él roba de sus labios el último resquicio de compasión del que se tuviera noticia en la villa de la razón. Con la premonición de lo fatal y lo certero del destino se aventuraron en un viaje que terminaría en las sabanas de una calle cualquiera con el olor a licor, tabaco y pudor expedido por todo su cuerpo y con la satisfacción de lo prohibido en sus dermis, tomando caminos diferentes, ella, el del segundo amor, y él, el de la siempre amada y tan anhelada huida.
Durante varios meses recorrió las calles en busca de sexos capaces de satisfacer su imposibilidad de dormir en las huestes de la satisfacción, vendiéndose al mejor postor, o a cualquier postor, se embriago de dolores y miedos que fueron forjando en su cara los años pasados y las arrugas de la resignación se hicieron presentes en lo más profundo de las llagas de la ciudad, la noche su cómplice amiga, el día su fiel celestina, la fachada del hombre común se arropaba con la capa de la frustración y el signo de los que buscan, a este, no lo llevo a caer en las manos de un maga en Paris, mas sí en los de mujeres que por unas monedas te enseñan su cuerpo y desnudan su alma en la insoportable, inmortal y temible soledad de unas sabanas que aún conservan el olor de cuerpos pasados y ausencias presentes, luego de segundos de honestidad resuelve desnudar también su sombra, pero de ella no recibe más que un número que romperá en las siguientes horas, nuevamente se refugia en las botellas vacías de su habitación, en los ceniceros rotos y en aquellos humos que lo llevaran en la carabela de la tranquilidad, hasta praderas en donde los colores se confunden y los olores se entremezclan en amarillos profundos y azules desquiciados que terminaran descubriendo su cara a 10 centímetros de un inodoro lleno de gemidos y placeres provenientes de baños contiguos en los cuales extraños intercambian sudores con promesas y amores con botellas. “Decide” caminar por la calle que posee el número de dios, número que él mismo decido relegar y negar hace años, y es ahí en donde encuentra la paz entre el esmog de los animales y la pureza de las maquinas hasta perderse entre ellos, escalarlos, regarlos, mojarlos, explorarlos y finalmente botarlos, usarlos, sodomizarlos y arrebatárselos a los huérfanos de sentido, a los que cruzan la calle por la acera, los que usan los puentes para conectar dos lugares, a los que creen que el amor es para hacer, a los imbéciles a quienes los pies les sirven para caminar y las manos para firmar, ante la luz inexorable de la mortalidad, sus ideas regadas por el frio pavimento observan las placas de un auto que prometen huir y no dar marcha atrás…
JHON TORRES

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